Aún no termina la
pesadilla de los mineros artesanales en Buenos Aires, Imbabura.
No bastó
con tener que confrontar las dificultades, agresiones y demás que infringían
grupos de paramilitares armados que explotaban, extorsionaban y asesinaban a
los mineros artesanales, sino que también hubo y hay la necesidad de confrontar
la gran ofensiva militar del régimen hambreador de Moreno por desalojar a los
pequeños productores y mineros en Buenos Aires, Imbabura.
Se
sataniza la minería artesanal. Sin embargo, no se termina por entender que el
problema de la minería, sea ésta artesanal o aquella que emprende a gran escala
las transnacionales con la anuencia del gobierno, siempre termina por comprometer
los intereses de los campesinos pobres, de los sin tierra o, de aquellos que
tienen pequeñas porciones de tierra de mala calidad.
¿Quiénes
son los mineros artesanales?
De las
4600 personas dedicadas a la minería artesanal en Buenos Aires (criminalizada
por el gobierno y el viejo estado burgués-terrateniente), el 65% son campesinos
que han migrado cíclicamente, del jornal agrario o de sus pequeñas parcelas a
la explotación minera. Y no migraron sólo con su fuerza de trabajo, sino que
muchos de ellos, aquellos que no ingresaban a los socavones, lo hicieron con
sus acémilas para realizar actividades de carga. Un 20% se dedicaron a
actividades suplementarias: comercio., ventas informales de insumos, etc., y el
resto se repartían entre aquellos que tenían conocimiento del quehacer minero y
el control de la producción vía grupos armados.
Es decir,
el problema de la minería artesanal es el problema de la tenencia de la tierra,
de la calidad de ésta y la relación que tiene, por un lado, el campesinado
pobre y, por otro, de aquellos que se apropian de la tierra de los campesinos
pobres y medianos para destinarla a la producción minera.
Mientras
tanto, la solución “salomónica” del estado es exponer, con una mano, la represión, el desalojo, mientras que con
la otra no termina de firmar y entregar grandes concesiones de tierra de los campesinos,
comuneros y parques nacionales a las grandes explotadoras auríferas en las
provincias de El Carchi, Esmeraldas e Imbabura al norte del país.
Los
campesinos que devinieron en mineros artesanales fueron sometidos al más
abyecto régimen de explotación. Usura, vacunas, venta forzada de la producción a
determinados grupos armados; trabajo infrahumano por largas jornadas de 16-18
horas.
No
bastaba la presencia de estos grupos de paramilitares (muchos con vínculos con
policías y militares en servicio activo y pasivo) sino que éstos se dieron
modos de intimidar, de manera cruenta, a los pequeños productores.
Cadáveres
mutilados expuestos como escarmiento o aviso a los demás productores para
intimidarlos. Toma armada de minas, control armado nocturno, en fin, un estado
de sitio que fue relevado posteriormente por más de dos mil policías y
militares que lo hicieron ya desde la vieja institucionalidad estatal.
Las
lecciones que deja al campesinado pobre de Imbabura pasa por entender que hoy
en día la voracidad por concentrar la tierra por parte de los grandes
terratenientes no pasa sólo por incrementar sus predios para elevar la
productividad en base a la explotación del campesino pobre sobre la base de
relaciones de producción semifeduales, sino la de acumular tierras en
perspectiva de los producción minera, ya sea en alianza con el Estado, las
grandes empresas mineras, o la explotación furtiva. De todas maneras, el campesino
pobre, siempre pierde.
El
campesinado pobre sabe ahora que abandonar la lucha por la tierra para
desembocar en la actividad minera tampoco es una solución. Hoy los campesinos
se han quedado en peores condiciones ya que para incorporarse a la minería
tuvieron que endeudarse y la situación devino en más crítica.
Pero
también hemos aprendido que debemos fortalecer la capacidad organizativa, no
sólo en el plano de la defensa de las luchas del campesinado pobre con
organización, movilización, sino establecer ya niveles de defensa violenta,
armada, contra el viejo estado, sus verdugos, el paramilitarismo y todos
aquellos que no tienen piedad alguna con el trabajo, el dolor y la dignidad del
campesinado.
¡La
rebelión se justifica! Es clamoroso canto de guerra que poco a poco entona el
campesinado pobre en aras de la destrucción de la semifeudalidad y la
semicoloniedad.
¡NO MÁS TIERRAS PARA LAS TRANSNACIONALES MINERAS!
¡NO MÁS TIERRAS PARA LOS TERRATRENIENTES!
¡NO MÁS TIERRA PARA LOS USURTEROS Y PARAMILITARES!
¡MÁS TIERRA PARA LOS CAMPESINOS POBRES!
¡LA TIERRA PARA EL QUE LA TRABAJA!
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