Establecer
vínculos de género, religiosos, étnico-culturales, entre otros, orientados con
argumentos, discursos y propuestas políticas, ha permitido minar la necesaria
unidad y/o alianzas de clase que debe existir al interior de los explotados y
oprimidos del país.
Poco se
discute en el país sobre la composición de clase que tiene nuestra sociedad. Se
habla de la existencia de 14 nacionalidades y 18 pueblos indígenas; del derecho
que tienen ciertas minorías a manifestar su sexualidad, la lucha de género; en
otros casos, de las reivindicaciones de la mujer desde la perspectiva del
feminismo burgués, del derecho de la naturaleza y luchas por otorgarle derechos
a los animales. Es decir, se habla y se reivindica cualquier cosa menos los
derechos de la clase. De todas formas, es entendible, de esta manera se
fragmenta el movimiento popular, las masas, se las divide, se las empuja a
luchar por reivindicaciones que cada vez más las alejan de sus verdaderos
objetivos y eso beneficia sustancialmente a quienes detentan el poder.
Hoy se
pone sobre el tapete de la discusión política el aparente rol determinante que
ha desempeñado el movimiento indígena en la revuelta popular del octubre.
La
premisa de otorgar al movimiento indígena capacidades organizativas y de lucha
pasa por arrancar la representatividad campesina que tiene verdaderamente esta
población. ¿que se consigue con esto?, alejar o quitar al proletariado su
aliado “natural” en una sociedad como la nuestra, semifeudal, donde el rol del campesinado
es decidor a la hora de materializar la revolución democrático burguesa de
nuevo tipo.
Se
mistifica y sobredimensiona las expresiones culturales del movimiento indígena.
Se observa la cultura por fuera o encima de la base; adquiere características
idealistas. Sucedió en la rebelión de octubre donde al grito de “ya vienen los
indios”, muchos sectores de la población se mostraron asustados y se blindaron
militarmente (caso de Guayaquil y barriadas burguesas de Quito y otras ciudades
que se armaron de guardias, grupos de defensa, etc.), donde además se resaltaba
la presencia de los guerreros Iwias, una
fuerza militar y paramilitar que se supone aguantaban de mejor manera la
represión de los aparatos represivos del Estado; que podían avanzar haciendo
caso omiso de los gases, tolerando estoicamente los impactos de bala o saltando
barricadas de 2 metros para combatir a la policía con largas lanzas
de guerra; es decir, una suerte de superhombres que vinieron de la selva a salvar
al pueblo del oprobio.
Claro, lo
que no dicen es que ese movimiento está conducido por dirigentes que ya tienen
agendas electorales propias y que anidan de manera aleatoria en todos los
partidos políticos del país, desde la izquierda hasta la derecha más rancia y
conservadora; que esos portentosos combatientes Iwias (diablos de la selva) son
una unidad del ejército burgués terrateniente que participa en operaciones
contrainsurgentes, que son un puntal esencial en el combate a las FARC y otros
grupos guerrilleros en la frontera amazónica, o que de hecho, hace años, fueron
utilizados en las campañas de exploración e intimidación de las masas campesinas
con pretexto de neutralizar a los maoístas en el norte del país.
No podemos
negar que al interior del movimiento indígena existe una identidad compartida
que compacta, que consolida. La lengua, es esencial, la historia, la indumentaria,
el territorio, la cultura, funciona, pero a la vez mimetiza otro tipo de
relaciones de clase que divorcia antagónicamente a unos de otros de una manera
abyecta y que ha sido aceptada en base a un magro costumbrismo.
Un
indígena que tiene un tractor es “patrón” de sus peones que no tienen sino su
fuerza de trabajo para venderla o entregarla a cambio de una porción del
producto cosechado, o de un jornal poco menos que miserable.
Un
indígena dueño de 50 hectáreas sumerge a otros indígenas en un régimen de
explotación inmisericorde y hasta cruento.
Un
indígena que tiene 20 cabezas de ganado lechero es el patrón en relación a sus
peones que no tienen tierra o ganado. Los dirigentes de la Conaie saben bien de
eso.
Y así la
estratificación se va desdoblando hasta la nada, donde quedan los más
miserables de los miserables que viven en medio de la más absurda opresión y
explotación.
Y lo
hemos dicho, la sola condición de indígenas no dice nada respecto de las
responsabilidades de luchar en contra de la opresión, la explotación y mucho
menos, en favor de la decidida lucha por enterrar las relaciones de producción
semifeudal en el campo.
Los oportunistas
y ciertos sectores de la pequeña burguesía, se dieron modos de fetichizar el
llamamiento a conmemorar los 500 de resistencia indígena. Esta fetichización permitió
poner sobre el tapete de discusión de la composición el problema indígena desde
una visión antropológica burgués que en nada se compadecía del verdadero problema
que tenían en su seno los pueblos y minorías nacionales.
Se dio el
levantamiento de 1990 conocido como el del Inti Raymi. Los indígenas se toman
por 10 días la iglesia de Santo Domingo, era el gobierno de Rodrigo Borja
(burguesía burocrática) pidiendo la solución de 60 conflictos de tierras, todos
comprometidos con la problemática petrolera. De igual manera, bregaron por
tratar de que el Estado asuma una declaratoria de ser pluricultural,
pluriétnico y multinacional.
La marcha
de los pueblos amazónicos desde el Puyo a Quito en 1992. En esta oportunidad se
pretendía el reconocimiento territorial Quichua, Shiwiar y Achuar, asentados en
la provincia de Pastaza, así como también persistir, ante el mismo régimen (Rodrigo
Borja) con el carácter del estado. Luis Macas aprovecha todo este movimiento y se
abre protagonismo electoral que lo llevaría a ser candidato presidencial,
vicepresidencial, parlamentario, asambleísta y hoy aliado del régimen de
Moreno.
Estos levantamientos
si bien es cierto surtieron algún efecto,
siempre tuvieron dos mediadores entre el movimiento indígena y el gobierno: la iglesia
y organismos internacionales como la ONU. 500 años y no se terminaba por
comprender el rol de la iglesia católica en el país.
En 1994 tuvo más relevancia, decidida lucha en
contra de la Ley de Desarrollo Agrario que a la larga desestructuró la
propiedad comunal de las tierras. Luis Macas, Rafael Pandam, Nina Pacari y
Valerio Grefa consolidan posiciones políticas. Todos terminan vinculados a
distintos partidos políticos y en medio de las representaciones oficiales
gubernamentales. Embajadores, ministros, etc.
En 1997 los
indígenas pliegan a la huelga nacional que terminó con la destitución de
Bucaram. En el 2000 participan en las luchas en contra de la dolarización. Todo
quedó en manos de los militares, particularmente de Gutiérrez servil a la
burguesía compradora. Nina Pacari fue nombrada Canciller y las delegaciones
diplomáticas pobladas de otros dirigentes de igual cuantía.
Obviamente
que todos estos levantamientos dieron algunos resultados de importancia no sólo
para el movimiento indígena sino para todo el pueblo, pero prevaleció la
reforma quedando intocados problemas fundamentales. En los hechos, el sumario
es limitado. Desde 1990 al 2019 igual, se desmembraron los territorios
indígenas, se amplió la frontera petrolífera en la Amazonía, en otros lugares a
las madereras y a la gran minería. Se profundizó la semifeudalidad y al frente
quedaron todos, absolutamente todos los dirigentes indígenas desparramados en
los partidos políticos de variopinto, igual, todos serviles y lacayos de la
gran burguesía y de los grandes terratenientes.
De todas
formas, sin que los dirigentes del movimiento indígena lo hayan manifestado,
atrás de su discurso ecléctico, racista, cultural, se dibuja claramente una propuesta
egtnocacerista que promueve un proyecto político panandinista, de una aparente
sociedad andina/amazónica “inmutable” en el tiempo, que conserva su génesis
social a lo largo de los siglos; que promueve la unidad de las nacionalidades
indígenas en torno a la idea de un estado pluricultural y multiétnico expuesto como
un proyecto nacionalista que por su propia esencia es incapaz de resolver el
problema del desarrollo de las fuerzas productivas y menos aún, de las
relaciones de reproducción y las contradicciones antagónicas que existen en su
seno.
En la
movilización de otubre se evidenció este proyecto y cómo choca de frente con
otras formas de organización que tiene el pueblo. Es más, cómo esta
organización se muestra utilitaria e instrumentalizada por el viejo Estado, la
dictadura de grandes burgueses y grandes terratenientes para neutralizar las
luchas del pueblo.
La lucha de
los “blancos” contra “indios” cumplió con el rol de simplificar las
reivindicaciones que tenía la clase y el pueblo en relación a las medidas
económicas que planteaba Moreno.
En un
reciente discurso que le puso en aprietos a su emisor, Jaime Vargas, dirigente indígena
de la Conaie, hablaba de que los indígenas deberían tener su propio ejército.
Desde luego, ese ejército no podía ser otro que esa larga fila de reservistas
militares con los que cuenta las FFAA del país que cumplen roles circunstanciales
en la lucha contrainsurgente, sino también un importante papel en el manejo del
sistema integrado de inteligencia de la reacción en las comunidades indígenas,
fundamentalmente en la Amazonía y las provincias de Carchi-Esmeraldas. Un
ejército que ya funciona con comisiones básicamente estructuradas encargadas de
cobrar deudas solapando la usura; preservar la propiedad privada en los
territorios indígenas; castigar a los trabajadores “vagos” quienes por hambre
le roban una cabeza de ganado a los grandes ganaderos; que hacen de policía
represiva estatal en las comunidades, o que en las movilizaciones últimas se
encargaban de capturar a quienes realizaban una lucha más radical utilizando
violencia revolucionaria, etc., etc. Pero igual, sirve a los propósitos del oportunismo
que puede echar mano del discurso para consolidar posiciones separatistas desde
la convocatoria racial. Los indígenas quieren su propio estado, para indígenas.
Las clases dominantes de Guayaquil también quieren su propio Estado, siempre
han reivindicado su necesidad de independencia del resto del país, y lo hacen
sobre la base del mismo discurso racial, pues ahí, dicen ellos, es dónde está el
poder de los no indios, sino de los blancos.
Y los
dirigentes indígenas elevados a la cualidad de héroes saben manejar el
escenario. Maestros del populismo que ha devenido en un populismo esencial.
Discurso y acción radical; se comprime, se encierra y no permeabiliza el
ingreso a su seno a otras corrientes políticas e ideológicas que incomoden o
eventualmente puedan debilitar el poder de estos lazarillos, de la estructura
feudal de la comuna, de la comunidad, que en los hechos no comparte
comunitariamente la propiedad de la tierra, de los medios de producción, sino que
la fragmentan en beneficio de la nueva versión de curacas expuesta en sus
dirigentes, en los letrados o de los nuevos terratenientes o socios menores de
las corporaciones mineras.
Mariátegui
fue muy claro al abordar el problema del indígena en relación al problema de la
tierra; si bien esta tiene una connotación mágica, esta configuración
cosmogónica no está marcada por su “raza”, sino por su base material, la
tierra.
“Es
una raza de costumbre y alma agraria”, decía Mariátegui, sin embargo, la
composición del movimiento indígena en el país ya no comparte -necesariamente-esa
base, la tierra, sino que es dispersa. Las relaciones de producción feudal y
semifeudal poco a poco desvinculó a los indígenas de la tierra para dar paso al
latifundio, y los que quedaron vinculados a ésta, lo han hecho en condiciones
claramente feudales o semifeudales, es decir, los engulló en sus oscuras
relaciones de producción.
Artesanos,
pequeños, medianos y grandes productores de leche; artesanos, pequeños,
medianos y grandes socios de la producción maderera, minera. Artesanos,
pequeños, medianos y grandes productores en la industria textil. Pequeños,
medianos y grandes grupos económicos ligados al turismo, al comercio, ya sea
desde la faceta comunitaria como la particular. Y evidentemente, también campesinos
sin tierra, o con poca y mala calidad de estas; campesinos que tienen que
lidiar con mineros, madereros, empresas petroleras, delincuentes, en fin, un
escenario complejo que por su propio movimiento profundiza las relaciones de
producción semifeudal.
El indígena
ecuatoriano ya no es el indígena de la segunda mitad del siglo pasado cuyo
centro de lucha no era la “nación” o la cultura, sino básica y únicamente el
problema de la tenencia o conquista de la tierra; evolucionó; hoy tiene roles
concretos y diferentes en la sociedad y sus organizaciones apuntalan esos
roles.
En este
punto resulta oportuno citar el papel que jugaron las comunidades indígenas ashaninkas
en el Perú en la estrategia de lucha anti revolucionaria del viejo Estado. Formaron
las llamadas “rondas campesinas”, se pusieron del lado de las FFAA genocidas
del Perú, lo hicieron no solo como guías en la selva, sino como combatientes
que no solo ejecutaban a miembros del PCP, a sus colaboradores, sino a los
mismos miembros de su etnia que veían con “buenos ojos” a los camaradas del PCP,
obviamente asumieron posición y lo hicieron por el viejo Estado. Entonces, por
ser indígenas ¿no debían ser combatidos? Hoy, esas mismas comunidades están
adscritas al proyecto etnocacerista de los hermanos Humala, ex militares
represivos, y sus oscuros sueños nacionalistas.
Es cómodo
en la coyuntura política vivificar al movimiento indígena, es más, resulta
rentable políticamente plegar y fortalecer sus reivindicaciones nacionalistas,
sin embargo, siempre, siempre será oportunismo, y los comunistas no pueden, ni por
táctica, asumir esas posiciones.
El
problema del indígena pobre sin tierra es el problema de la tierra; el problema
del campesinado pobre es el problema de la tierra, ese es el denominador común,
el verdadero elemento de identidad que tienen los sin tierra, esto es independientemente
de su composición étnica, y eso es lo que hay que atender, abordar y bregar por
solucionar: la tierra para el que la trabajan, pero no solo eso, sino que la
calidad de tierra sea buena para el campesino y que ese trabajo se desenvuelva
por fuera de relaciones de producción semifeudales, es lo que corresponde para
el período democrático burgués de nuevo tipo.
Es cómodo
y hasta rentable políticamente vivificar al movimiento indígena, pero eso es
reaccionario, oportunista, deben prevalecer los criterios de clase, reconocer
entre los indígenas a los obreros, al campesinado pobre, al artesano pobre que
trabaja con herramientas propias de la feudalidad; ese es el verdadero valor de
clase que hace al indígena diferente uno de otro, y obvio, combatir al indígena
reaccionario, revisionista y oportunista que se muestra prácticamente en toda
su dirigencia.
Estamos
con los indígenas que tienen claro que el problema central es el de la tierra,
el de la semifeudalidad y que visualizan de manera consciente de que sólo con
la revolución democrática de nuevo tipo, Nueva Democracia, será posible
enterrar la semifeudalidad que hoy por hoy concentra las mejores tierra en
manos privadas, en el Estado (que no es lo mismo, pero es igual porque sirve a
grandes terratenientes), en las grandes empresas mineras, petrolíferas,
agrícolas, madereras y turísticas. Para el ejercicio, una sola empresa
turística ligada a los más grandes terratenientes del país tiene concesionada
26 mil hectáreas al hacendado Cobo, que bajo la figura de preservación del
habitad maneja un programa turístico llamado Yanahurco dónde además se crían
toros de lidia.
Estamos
con los indígenas obreros, los que tienen la ideología del proletariado y que
saben que su responsabilidad descansa en llevar o conducir el programa de la
revolución agraria que no es otra cosa que la Revolución de Nueva Democracia
donde la dirección ideológica del proletariado es clave y garantía de su
continuidad al socialismo entendido única y exclusivamente como dictadura del
proletariado.
¡LA TIERRA PARA EL QUE LA TRABAJA!
¡POR LA REVOLUCIÓN AGRARIA!
¡MUERTE AL LATIFUNDISMO!
¡A DESENMASCARAR AL OPORTUNISMO EN FILAS DEL MOVIMIENTO
INDÍGENA!
¡A DESATAR LA REVOLUCIÓN DE NUEVA DEMOCRACIA ¡
¡ENTERRAR LA SEMIFEUDALIDAD Y LA SEMICOLONIEDAD!
¡APLASTAR AL OPORTUNISMO Y AL REVISIONISMO!
¡MUERTE AL IMPERIALISMO!
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