Hoy celebramos un aniversario más de la gloriosa gesta del 15 de noviembre
de 1922; día en que el proletariado estableció el camino que debe seguir la
organización y formas de lucha en el Ecuador.
Año tras año conmemoramos el sacrificio que realizaron los trabajadores de Guayaquil
el 15 de noviembre de 1922. Nos llenamos de propósitos y de objetivos.
Reeditamos los acontecimientos, le damos su valor histórico, pero parecería que
no va más allá de eso, de reproducir cacofónicamente una narrativa hueca,
vacía, sin compromiso de clase, sin propósitos correctos, verdaderos y tangibles.
No pudo haber tanta sangre derramada como para permitir que se diluya en el tiempo
y en el cansino discurso de aquellos que solo pueden ver la historia muerta,
fosilizada, como justificando la inacción y la falta de compromiso con los
explotados del país y del mundo.
Cierto es, fue ¡el bautismo de fuego del proletariado en el país!, pero
¿qué hemos hecho objetivamente para tomar las banderas del 15 de noviembre y enarbolarlas
en la única gesta posible para la clase y el pueblo, la revolución?
El imperialismo está en bancarrota; las contradicciones que tienen entre
ellos están llevando a la humanidad a la Tercera Guerra Mundial. Nuestros
países viven crisis, son momentos insalvables. El capitalismo burocrático topa
fondo. La dirigencia de las organizaciones populares, indígenas y campesinas,
viven la resaca de la derrota electoral. A la mierda los levantamientos de
octubre del 2019 o los de junio del año pasado. Esa sangre y esa efervescencia
combativa de las masas ha sido endosada, como cheque en blanco, a fortalecer el
camino burocrático, allanar el camino electorero y tirarle una boya al viejo
Estado burocrático-terrateniente. Así es como las ratas del oportunismo y
revisionismo trafican con la valiosa sangre de nuestro pueblo.
El movimiento sindical vive una compleja crisis. Las centrales sindicales
siguen en lo suyo, prostituidas a cualquier partido electorero de turno. ¡Miserables!
Una nueva central sindical ha entrado en la contienda política de la burocracia
sindical. Un fuerte olor a trotskismo sale de su seno.
¿Todo está perdido?, ¿Todo está podrido? ¡No!, definitivamente. Pero cuesta
revertir la situación; es la verdad, es complejo, luchar contra el
imperialismo, hoy fortalecido con el sionismo criminal en nuestra sociedad no
es tarea fácil de llevar adelante. El viejo estado burocrático terrateniente
está corroído, apesta. La sociedad, vive momentos críticos. Las masacres y la
violencia son el pan que no llega a la mesa. El trabajo es una quimera de
locos; hay que optar por los “pimes”, le dicen, (pequeña y mediana
empresa); esto es, vender cualquier chuchería importada de China en el mercado
informal. Vivimos como en la época feudal, de hecho, por eso somos
semifeudales, con apagones, esperando, al igual que el campesino pobre, que
llueva para que haya riego, en este caso, para que haya energía. Vaya ironía.
Hay las condiciones objetivas para dinamitar la vieja sociedad, porque ya
no se puede sostener. Se revuelca entre sangre, corrupción, mentira,
componendas, ventas de conciencia. El debilitamiento de su estructura
productiva es brutal; somos un país convertido en un bazar, donde se
compra/vende de todo, pero que no se produce nada, salvo aquello que está
encadenado al sector primario de la economía y que reproduce semifeudalidad de
una manera brutal. El imperialismo se lleva todo, recursos, materia prima, divisas;
no deja nada, salvo destrucción y muerte. Su institución burocrática está con
cáncer terminal. Sus aparatos represivos han demostrado ser una nada, débiles,
corrompidos por la delincuencia, burocratizados. Funcionales solo para defender
el estado de aquellos que nos atrevemos a propender su destrucción.
Las condiciones subjetivas para la revolución están por hacerse, y hay que
apuntar a eso, a construir instrumentos, organizaciones, ¿Cuáles? Partido
militarizado, frente y ejército popular. Así, claro, directo, sin ambages, sin mediatintas.
También es clave reformular las organizaciones populares, sobre todo la de los
obreros. Es vital e impostergable reconstituir el movimiento sindical, porque
no se puede permitir que sea el movimiento indígena/campesino el que esté al
frente de las luchas del pueblo cada vez y cuando sus dirigentes consideran
necesario hacerlo para fortalecer su acumulado político de cara a sus negros
propósitos argumentados en las ánforas. El indigenismo en nuestro país es
burgués. Lo ha demostrado. Son burocráticos, les importa un carajo la
revolución, el problema del indio, de la tierra, de la semifeudalidad; solo les
importa “saber robar” y materializar sus mórbidos sueños electoreros. ¿O es que
no han gobernado con unos y otros y en todos se han ensuciado las manos?
Al frente de las organizaciones y luchas de la clase y del pueblo debe
haber supremacía del proletariado, y nos referimos no solo a su participación
cuantitativa, sino dirigencial, en su ideología, porque es todopoderosa,
revolucionaria, es la clase llamada a conducir al pueblo por los fueros de la
revolución.
Hay mucho por hacer, y no basta darnos golpes de pecho cada 15 de noviembre
para resaltar la importancia que tiene el proletariado en la transformación de
la vieja sociedad; proceso que no se concretará con levantamientos, en correrías
electorales o cosas por el estilo. El Poder se conquista con violencia. El
Poder se defiende con violencia, ¿la vía?, ¡guerra popular!, cercar las
ciudades desde el campo, combatiendo al imperialismo, aplastando al
revisionismo. No hay nada más allá que eso.
Que el proletariado asuma lo que tiene que hacer; para eso requiere estar
pertrechado de ideología, y esa no puede ser otra que el maoísmo, tercera y
superior etapa del marxismo. No hay espacio para el trasnochado reformismo burgués,
el progresismo, mucho menos para el trotskismo; debemos dar paso a la historia
que rauda viene forjando transformadores sociales desde la Comuna de París, la revolución
de Octubre, la revolución en China, la revolución Cultural; hoy, abonada con la
sangre que generosamente nos entregan con sus vidas los comunistas en Filipinas,
India, Turquía y el Perú; banderas que vienen tiñendo de rojo el horizonte de nuestro
país desde el 15 de noviembre de 1922, que necesitan ser levantadas y
defendidas por quienes nos atrevemos a conquistar las alturas.
Que la conmemoración del 15 de noviembre, sea un grito de guerra, de furia,
de odio de clase, que retumbe como estruendoso trueno que baja de los Andes
para anidar en las cruces sobre el agua que aún bogan por las riberas del río Guayas.
¡VIVA EL 15 DE NOVIEMBRE DE 1922!
¡VIVA PALESTINA LIBRE!
¡VIVA EL MARXISMO-LENINISMO-MAOÍSMO-PENSAMIENTO
GONZALO!
¡IMPONER AL MAOÍSMO, APLASTAR AL REVISIONISMO!
¡ORGANIZAR, COMBATIR Y RESISTIR!
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