El 14 de agosto de 1985, Alán García dio luz
verde al Plan Huancayok a ser ejecutado en contra de los camaradas del PCP en
la comunidad de Accomarca (Ayacucho). Más de 60 campesinos fueron asesinados de
manera cruel. 23 niños entre las víctimas. Les dieron muerte a balazos, con
armas contundentes, armas cortopunzantes y no pocos, encerrados en sus
viviendas a las que arrojaron granadas de fragmentación.
¡Una
danza de sangre! Si bien es cierto la masacre la cometió Telmo Hurtado (El
carnicero de los Andes) y su tropa, fue Alan García y sus sueños de perro quién
diseño una estrategia de terror por neutralizar la guerra popular.
Un año
más tarde, en las primeras horas del 18 de junio de 1986, los combatientes y
camaradas del PCP, prisioneros en las Luminosas Trincheras de Combate de El Frontón,
Lurigancho y Santa Bárbara, en Lima, se tomaron los pabellones iniciando una de
las más bellas y decididas jornadas de lucha.
Fue
precisamente el genocida Alán García, quién dispuso al Comando Conjunto de las
Fuerzas Armadas emprenda con uno de los ataques más crueles, desproporcionados
y genocidas que la humanidad haya conocido en contra de prisioneros de guerra.
La marina
intervino en la LTC de El Frontón. Lo hizo con sevicia, alevosía, superioridad
táctica y con la anuencia no sólo de la reacción y el imperialismo, sino con la
complicidad del revisionismo y del oportunismo de la izquierda rastrera del
Perú. Utilizaron cañoneras, helicópteros, artillería y armas de grueso calibre.
En la mayoría de los casos fusilaron -literalmente- a la mayoría de los 124
combatientes del PCP. A partir de esa fecha, la historia de la lucha de clases
en el Perú tuvo un giro dramático porque se vinieron nuevas masacres a
prisioneros de guerra y expuso la intención del viejo Estado y de los
gobernantes de estar dispuestos a cometer los actos más abominables con tal de
detener la guerra popular y con ella la creciente construcción del Nuevo Poder.
Esos
dramáticos acontecimientos, entre muchos más, son un claro ejemplo de quién fue
Alán García. Representante en el gobierno de la burguesía burocrático;
hambreador del pueblo, lacayo del imperialismo; hiena sedienta de sangre quién
asumió la responsabilidad de combatir al PCP y a la guerra popular.
Atado a
su oscuro pasado y a sus vínculos en la trama corruptela de Odebrecht, Alan
García se suicidó cuando era detenido por miembros de seguridad de la policía
peruana.
Solo el
pueblo castiga a sus verdugos. Eso es lo que hay que tomar en cuenta. Si en esta
oportunidad este cobarde y miserable aprendiz de fascista se auto eliminó, nos
deja una amarga sensación ya que no llegó a pagar su responsabilidad por la
cruenta campaña represiva en contra del pueblo.
Hoy la
gran burguesía del Perú llora la muerte del genocida, pero en medio de todo,
las masas, los oprimidos del mundo tiene claro que ha muerto un genocida, de
todas formas, ¡siempre estará bien!
¡A LOS VERDUGOS DEL PUEBLO, SÓLO EL PUEBLO LOS
CASTIGA!
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