LA CRISIS DEL CAPITALISMO BUROCRÁTICO, BASE DE MANTA Y MISERIA DEL VIEJO ESTADO BUROCRÁTICO -TERRATENIENTE
La crisis de violencia en Ecuador
es insostenible. La tasa de homicidios asciende a 29 por cada 100,000
habitantes, una de las más altas en la historia reciente del país. Este aumento
de la violencia está vinculado, en gran medida, a la expansión de bandas
criminales relacionadas con el narcotráfico, que utilizan Ecuador como corredor
estratégico para el tráfico de drogas hacia Estados Unidos y Europa. Sin
embargo, más allá de esto, la violencia es la consecuencia ilegítima de la
crisis del capitalismo burocrático.
El impacto social de esta
violencia es devastador. Ciudades como Guayaquil, Manta y Esmeraldas se han
convertido en epicentros de la criminalidad, afectando no solo a las víctimas
directas, sino también a niños, niñas, mujeres, ancianos y ciudadanos comunes
que, en la actualidad, forman parte de lo que las autoridades pomposamente
llaman “daños colaterales” o “víctimas colaterales”.
El gobierno actual, liderado por
el bananero, se ha limitado a implementar varios estados de excepción en
diferentes provincias y a ordenar a las Fuerzas Armadas y la policía que hagan
uso de sus armas de fuego sin miramientos, con el aval del régimen. Por otro
lado, delincuentes comunes, como aquellos que roban celulares, conviven con
ciudadanos del pueblo masacrados por las bandas criminales. Entre los muertos,
no son pocos los niños, como aquel de 12 años ejecutado por el ejército bajo el
pretexto de pertenecer a una banda criminal.
Paralelamente, la corrupción
dentro de las Fuerzas Armadas y la policía ha agravado la situación.
Investigaciones recientes han revelado vínculos entre miembros de estas
instituciones y organizaciones criminales, especialmente aquellas relacionadas
con el narcotráfico. Se han documentado casos en los que oficiales han
facilitado el tráfico de drogas y armas, lo que ha socavado la confianza
pública en la capacidad de estas instituciones para garantizar la seguridad.
El impacto social de esta
corrupción es profundo. La percepción de impunidad y complicidad entre las
fuerzas de seguridad y el crimen organizado alimenta la crisis del viejo
Estado.
Simultáneamente, Ecuador
atraviesa una crisis económica significativa. En lo que va de 2024, el
crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) no alcanza ni el 1%, una cifra que
palidece en comparación con otros países de la región. La deuda pública superó
los 66,000 millones de dólares, lo que representa aproximadamente el 65% del
PIB, generando la incapacidad del Estado para atender los requerimientos más
básicos de las grandes mayorías.
El desempleo y el subempleo
también muestran cifras alarmantes. La tasa de desempleo en 2024 se situó en
5.1%, mientras que el subempleo afecta a más del 62% de la población
económicamente activa. El resto se encuentra en una situación de desesperanza,
“comiéndose la camisa” en el limbo. Pero lo más alarmante de estas estadísticas
económicas es que del 62% de subempleados, el 37% percibe un promedio de 3
dólares diarios. Esto ha agravado los niveles de pobreza, que ya afectan al 27%
de los ecuatorianos, y la pobreza extrema, que afecta al 10.7%.
A esto se suma la inflación, que
cerró el año en un 3.8%, impulsada principalmente por el aumento en los precios
de los alimentos y el combustible. Además, la crisis energética agudiza aún más
la situación crítica del país. Los apagones han generado incontables pérdidas
para los pequeños comerciantes y productores, quienes, al no contar con
privilegios ni “estímulos” estatales para la compra de combustibles y energía,
se ven obligados a cerrar sus negocios, multiplicando los niveles de desempleo
en el país.
Mientras todo esto sucede, la
Asamblea, el gobierno y los partidos políticos están enfrascados en la campaña
electoral, indiferentes ante la situación que viven las grandes mayorías.
¡Miserables! Poco importa a qué partido pertenezcan o si en ocasiones se
presentan como “revolucionarios” o “líderes del pueblo”. Todos ellos están
atravesados por el electorerismo y el oportunismo, algo que, al igual que las
acciones de los verdugos del pueblo, no tiene perdón ni olvido.
En el campo, la situación es aún
peor. El escenario que se vive en las ciudades se multiplica exponencialmente
en las áreas rurales, donde los campesinos son desplazados de sus tierras para
que las bandas criminales se posicionen, especialmente en zonas mineras. Los
campesinos pobres son extorsionados y obligados a pagar “impuestos”. No pocos
jóvenes son literalmente forzados a unirse a las bandas delictivas,
convirtiéndose en “carne de cañón”. Los terratenientes y burgueses compradores
no ven esto, simplemente ordenan que los maten.
Para agravar la situación, el
gobierno ahora propone reabrir la base aérea de Manta al imperialismo yanqui.
Como hemos dicho antes, detrás de este descalabro económico y social marcado
por la violencia y la miseria, están las manos del imperialismo estadounidense.
Crean las condiciones óptimas para que el gobierno títere justifique su
presencia e intervención. Esa es su pútrida esencia: generar disturbios y
crisis, para luego aparecer como los “salvadores”.
La crisis del capitalismo
burocrático debe, necesariamente, desembocar en la revolución. Es un hecho.
Ellos ya no pueden gobernar con facilidad, deben recurrir a la mentira, al
engaño, a la calumnia y a la violencia. Es evidente que las masas tampoco desean
seguir viviendo en el hambre, el dolor y la angustia. No podemos esperar a que
las condiciones subjetivas estén listas, el momento es ahora, no mañana. ¡Salvo
el Poder, todo es ilusión!
¡LA REBELIÓN SE
JUSTIFICA!
¡ORGANIZAR,
COMBATIR Y RESISTIR!
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